Ckoickota (VOCES)

Aguas de Arena

Un cuento por CUPER

Tanna'ckatchbi 30 de Noviembre de 2020 Visto 162 veces

Nuestra cultura es muy dada a la narrativa. A los lickanantay nos gusta mucho contar historias y conversar. (Algunos pueden reclamarnos que somos cuenteros, pero esa es otra historia).
Así que no es raro que desde nuestra sociedad surjan escritores. Como es el caso de Cuper, que hasta donde sabemos es el primero que publica una obra de ficción desde nuestro territorio.

Cuper acaba de publicar un libro llamado “La bala perdida de Dios”. El lanzamiento de esta obra se realizó en Solor, y pueden ver más detalles AQUÍ >>

Tomamos una semblanza del autor desde el libro:

Cuper; es el seudónimo de José Ramos, nacido en Santiago en 1982. 

Vivió su infancia en el norte de Chile. Su familia logró escapar del campamento minero más grande del mundo y se refugió en el oasis de San Pedro de Atacama, lugar que lo embrujó y le arrebató para siempre el corazón. 

Este libro fue inspirado en la maldición de la ciudad de cobre, que reclama el espíritu de quien intenta escapar de ella, lugar donde la mayoría tendrá que vagar hasta morir. 

Buscando una salida, José usa la escritura para convertirse en un fantasma, que recorre hasta el rincón más olvidado de la ciudad de cobre, para desvelar todos sus secretos.

Muchos de los temas y atmósferas de esa colección de nueve cuentos, que el autor trabajó durante 8 años, pueden intuirse en su primera obra publicada, el cuento Aguas de Arena

Este cuento ganó un concurso local organizado por el periódico Lickanckoi, el año 2013.

***
 

Aguas de arena

- Es como si una mano intentase atrapar la felicidad, el amor, la vida misma-. Decía Carlos, observando los tristes dedos del algarrobo que lo protegía del sol. A este aún le quedaba un poco de vida en sus extremos, pequeños brotes verdes que, sospechaba a su pesar, serían los últimos. El viento azotaba con dureza pero el algarrobo permanecía en pie y enfrentaba el ataque. 

- Se parece a mi hijo- dijo el viejo, y se llevó a la boca una vaina reseca que sabía a agonía. A su alrededor se levantaba un cementerio, cientos de cadáveres de algarrobos y chañares de un lugar antaño llamado Solor, su antiguo hogar. 

- Estas eran buenas tierras - Dijo mirando el pasado. Unos hombres cosechando maíz, un día caluroso, él secándose el sudor con el brazo, un ángel aproximándose con una jarra de agua, sonriéndole y cautivándole con sus ojos de miel. Volvió al presente, donde no veía más que cachiyuyos y las guaridas de los chululos que se alimentaban de sus raíces, Carlos les encontraba sabor a conejo; Camilo, a gato podrido. 

Tenía dispuesta una trampa en la entrada de una guarida, en cualquier momento un chululo se asomaría y quedaría atrapado. Sólo había que esperar y ser paciente y esperar era una de sus pocas diversiones. 

Miró alrededor y vio una antigua acequia de cemento casi totalmente sepultada - aguas de arena - dijo sonriendo con sorna,- aguas, ríos y lluvias de arena. Esto es lo que nos han dejado esas empresas mineras -. Se volvió con sus dos globos incandescentes hacia el Oeste, arrasando con fuego del infierno el horizonte y sus humos que habían hecho de su tierra el Edén de los muertos. Una veintena de exhalaciones del diablo que a pesar de la distancia eran visibles gracias a sus gigantescas chimeneas tras Domeyko. 

Los culpables de las muertes de todos los oasis habían usado todos los ríos,- hasta el más modesto y cuando todos se secaron, comenzaron a utilizar el agua del mar que tendría que haber sido la solución inicial. 

- ¡Maricones!- gritó, cayendo al suelo y jadeando con ese ya familiar dolor de pecho que lo visitaba más seguido. Luchaba por recuperar aire. Sacó su botella y bebió un poco de agua, del último pequeño arroyo que fluía por las venas del desierto, un hilo de vida tan precario como su propia existencia. 

Se sentó nuevamente a los pies del algarrobo, el aire ingresó lentamente, el rostro recuperó su color, una brisa fresca lo serenó. 

- Camilo y yo- dijo. Eran los dos últimos hombres de Atacama. Vivían juntos, pero Carlos prefería ausentarse varios días y vagar por el desolado paraje. Camilo se aferraba a su hogar junto al pequeño arroyo. 

Recordó que empresas que supuestamente trabajarían por el bienestar y desarrollo del pueblo, adquirieron los derechos de agua para investigación y energía alternativas, hicieron trato luego con las mineras. Legalmente no se podía hacer nada por evitarlo y el agua comenzó a disminuir drásticamente, las personas poco a poco comenzaron a irse, entre ellas Natalia, su esposa, que le rogó para que se fuese con ella a la ciudad, a la casa de su hijo Tomás y comenzar una nueva vida, pero se negó. Su vida comenzaba y terminaba en San Pedro de Atacama. La vio marcharse en el auto de Tomás, ella con lágrimas en sus ojos de miel, con esa mirada que es capaz de hablar luego de tanto tiempo juntos diciéndole, gritándole a su alma: “te amo”.

Pasaron algunos meses, él y Camilo ya eran los únicos habitantes de San Pedro. Los vinieron a entrevistar un par de veces. Los reporteros los miraban como si fueran fantasmas, y con el tiempo ellos mismos se dieron cuenta que efectivamente se volvían espectros. 

Carlos albergaba la esperanza de que Natalia regresara algún día. La última mirada que ella le brindó se lo decía. La extrañaba mucho. Se vio tentado algunas veces de abandonar su querida tierra y marcharse junto a ella. Pero si lo hacía perdería ante el poder que aniquiló la vida y la única manera que tenía para enfrentarse a ellos, era permaneciendo en su pueblo. Era como decirles: ¡Hey, aún estoy aquí, aún sigo peleando, no me ganarán! 

Una tarde mientras miraba el horizonte esperando la puesta de sol, vio por el camino una sombra gris que furtivamente se dirigía a él, era el auto de su hijo. Su corazón se llenó de alegría, su esposa volvía junto a él. Reía como un niño, miró al cielo y dio gracias a Dios y salió al encuentro del auto a punto de llorar. 

El auto se detuvo a unos metros de él. No salía nadie, el sol lo cegaba y le impedía ver su interior. Los latidos se aceleraron, sintió esa sensación de fuego helado en el estómago. Pero las puertas permanecían cerradas. Un "clic" y la puerta al fin permitió salir a su hijo. Se acercó a su padre lentamente, el sol impedía ver el rostro de Tomás, las piedras crujían bajo sus pies, el viento silbaba desgarrando el alma. Al fin habló. 
- Mamá murió... 

La vista de Carlos fue bajando lentamente hasta tocar el suelo. La sonrisa se transformó en un gesto de incredulidad. Tomás respiraba agitadamente, agarró una piedra y la arrojó con violencia al cielo. 

- Te echaba mucho de menos ¿sabes? Poco a poco dejó de comer. No reía, era una rosa sin raíces, se marchitó. Cuando alguien golpeaba la puerta se levantaba corriendo a abrirla, pensando que eras tú. La sentía llorar por las noches. Incluso en sus últimos días te nombraba en voz alta y tú, tú la dejaste morir - dijo con un susurro apenas audible por la emoción. 

Carlos quedó petrificado, veía a Tomás llorando desconsoladamente, desahogando toda su pena. El padre se acercó y abrazó fuertemente a su hijo hasta que los gritos se volvieron sollozos.

- Nunca más volveré- dijo secándose las lágrimas y recuperando el aplomo - ni ninguno de mis hermanos. Tampoco te esperamos. Pero ella aún lo hace. 
Le dedicó una tenue sonrisa, la misma sonrisa de cariño que le dedicaba de pequeño y se marchó. 

Carlos volvió a su mirador para verlo alejarse raudamente hasta perderlo de vista en la última curva. Levantó la mirada al horizonte. El sol se escondió y el cielo se tiño de rojo como un infierno provocado por esas chimeneas asesinas. Fue la primera vez que sucedió, se le adormeció el brazo, sintió como si le hubieran apuñalado el pecho. Cayó mientras lloraba por Natalia, la llamó en voz alta, intentó incorporarse y luego todo se oscureció. Despertó en su cama, con Camilo a su lado dando un suspiro de alivio. 

La trampa interrumpió sus pensamientos. Un chululo intentaba arrancar de ella. Se acercó rápidamente y lo metió en un saco. Miró el horizonte y levantó su puño en un gesto amenazador. 

- ¡Aun estoy con vida, no he sucumbido ante ustedes. Llegará el día en que la vida vuelva aquí! Ustedes ya no estarán y yo tampoco, pero al morir mi cuerpo se transformará en parte de esta tierra que florecerá para nunca más perecer. 

De regreso a casa, una silueta, un fantasma que no lo sabía aún, pero que se había convertido en el último sobreviviente de Atacama. 
 

Ckoickota (Voces)
Voces

No somos una cultura de personas del pasado. Vivitos y coleando, avanzamos hacia el futuro, con todos los desafíos, esperanzas, problemas, éxitos y fracasos que enfrentamos.

Aquí se juntan nuestras voces, antiguas y nuevas. Nuestra ingenuidad y nuestro ingenio. Nuestros saberes y nuestras ignorancias. 

Como en toda nación, hay gente que tiene cosas que decir. Hay quien ha hablado y quien va a hablar. Somos un pueblo y tenemos vida. 

Entre el útero y la tumba, escapándonos del folklorismo y el indigenismo, de los prejuicios y de las imposiciones de aquellos que están fuera (y algunos dentro) de nuestra cultura.

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